En este último día de la celebración del Triduo al Santísimo
Cristo de la Fe, el predicador, Don José Antonio Omist, Vicario Episcopal para
el Testimonio de la Fe, comienza haciendo una reflexión sobre lo que pedimos al
Señor, peticiones que deben centrarse para que se realice nuestra conversión,
para encontrar lo que es la fe, el amor.
A partir de esta afirmación nos plantea la siguiente
interrogante: “¿Por qué cuando nos planteamos esta cuestión -encontrar la fe,
el amor-, lo hacemos en lo cercano y no buscamos a Dios que es el que está a
nuestro lado?”.
Pregunta que supone que seamos nosotros los que vivamos
nuestra fe, nuestra renovación espiritual, que tomemos conciencia del hecho de
confiar en Dios. San Agustín dice: “Y tú, tan dentro de mí y ella tan fuera”.
Son realidades que parecen estar fuera y nos llevan a reconocer con el santo lo
que nos explica en el sentido de que debemos reconocer que somos naturaleza
caída y que por la mano de Dios se nos lleva hasta la santidad. Jesús dice que
“si no somos mejor que los fariseos ni hacéis las cosas mejor”, qué hacer sino
descubrir la fe, por qué no buscar la conversión para ser hombres distintos al
resto de la humanidad.
Deberemos cambiar nuestros criterios, si no vemos en la Cruz
el sentido de la vida y si no vemos en Cristo el sentido de nuestra vida. Lo
nuestro no es llamar al hermano imbécil. Lo nuestro es otra cosa. Es el
AMOR. ¿Que es difícil? Cristo es el Amor, que nos diferencia ante los escribas y
los fariseos. Pero quienes tenemos fe, necesitamos la mano de Dios que nos
lleve a una renovación espiritual.
Si no buscamos esa renovación, pediremos, buscaremos, pero
no recibiremos, no encontraremos. Es tan importante esta actitud de búsqueda
que si no buscamos la verdad, podremos estar anticipando nuestra muerte.
Debemos, por tanto, “amar incluso a nuestros enemigos”, acción que realiza el
mismo Cristo cuando perdona a quienes le quitan la vida y nosotros nos
enredamos en discusiones y si somos como los escribas y fariseos, no entraremos
en el Cielo.
Dios nos crea a su imagen y semejanza y quiere que vayamos
buscando lo bueno, que quiere transformarnos. Es la razón de ser para nosotros.
Debemos hacer que el proyecto de Dios se haga en nosotros. Dios muere por
nosotros y nosotros moriremos al yo haciendo que muramos por los otros.
Concluye haciendo una petición a la Asamblea: ”Seamos focos de la luz de Dios,
del amor de Dios que ha transformado nuestro corazón”.
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